jueves, 1 de noviembre de 2012

Maceda, vigía de la Alta Limia

Castillo de Maceda, ahora convertido en hotel-centro cultural. ©F.J.Gil.
El término municipal de Maceda se encuentra en la Alta Limia y su nombre original era Manzaneda de Limia. Su perfil encuentra las líneas más altas en los montes de San Mamede y limita con sus vecinos municipios de Baños de Molgas y Vilar de Barrio.
El emblema, el signo de identidad de Maceda, es su castillo. Se trata de una fortaleza que nació como un baluarte defensivo y a la vez ofensivo en una época de gran agitación. Siempre había luchas pendientes: si no eran con los moros, era con los portugueses o unos nobles contra otros o los Irmandiños contra los señores. Desde sus orígenes, allá por el siglo XI, hasta bien entrada la Edad Moderna fue sufriendo reformas, unas para dotarlo de mejores condiciones cuando llegaron las armas de fuego, otras para acomodar mejor a sus ocupantes, dejando de lado su carácter militar para convertirse en un  castillo residencial.
Entre sus moradores se cuenta que Alfonso X el Sabio aprendió gallego mientras vivió en él. De sus muros salió uno de los más famosos navegantes portugueses, que en realidad era gallego de nación: Joao da Nova, Xoán Novoa, descubridor de las islas de Santa Helena –a la que mandarían en destierro a Napoleón– de Ceilán, hoy conocida como Sri Lanka.
El castillo de Maceda es de aspecto austero, nada recargado, con una planta sólida, bien fortificada, que cuenta con dos torreones, patio de armas, un pozo-aljibe y una edificación de sobrias líneas que en la actualidad es utilizado como equipamiento cultural y hotel. Este estado actual es el fruto de la restauración realizada tras convertirse en un edificio público, pues los condes de Maceda, que fueron sus propietarios durante varios siglos, dejaron que se fuese arruinando poco a poco. En 1949 fue declarado monumento nacional.
Si pensáis en hacer una escapada con noche en el hotel, siento frustraros, ya que en la actualidad no da servicio de habitaciones.
Sarcófago de la casa de los condes de Maceda en el interior de la iglesia de San Pedro. ©F.J.Gil
Desde sus torres y lo alto de sus murallas se tiene una espléndida vista del entorno y, en primer plano, casi a sus pies, de la iglesia de San Pedro, con rasgos platerescos y barrocos y un cementerio anexo en el que se encuentran algunos de los que fueran ilustres habitantes de la fortaleza. Tanto la iglesia como el cementerio merecen una visita, sobre todo ahora, en pleno puente de Difuntos.
El paisaje de esta tierra está marcada por un altiplano, en el pasado conocido como la Alta Limia. Su conformación orográfica viene determinada por los montes de San Mamede, que destacan en el extremo oriental, en la frontera con los municipios vecinos de Vilar de Barrio y Baños de Molgas.
Para los amantes de la naturaleza y los caminos, el río Sor, que aquí llaman Maceda, va a proporcionar una ruta de gran belleza. El pequeño río, afluente del Arnoia cuenta con paseos en ambas orillas a lo largo de casi cinco kilómetros. La pesca de la trucha continúa siendo uno de sus atractivos, pero también las cascadas –siempre me gustará más su nombre gallego: fervenzas– explotadas en el pasado por el hombre para obtener la energía necesaria para mover molinos que todavía podemos contemplar en este itinerario fluvial.
Molino en el río Sor o Maceda, al que se llega por un agradable sendero. ©F.J.Gil
La ruta del río Maceda es apropiada hacerla a pie, en bicicleta o a caballo, aprovechando un centro ecuestre está escasa distancia.
Gran parte de los 3.100 habitantes de Maceda residen en el núcleo urbano que es la capital de un municipio cuya extensión territorial es de 102 kilómetros cuadrados. Perfectamente comunicado con Ourense por tres carreteras diferentes, Maceda es una villa con una gran vida. Se puede comprobar si no llueve, en las terrazas de los cafés y bares que abundan en sus principales calles. Algunos de estos establecimientos se esfuerzan en proporcionar un entorno atractivo y, al mismo tiempo, enxebre, mostrando un aspecto casi etnográfico.
Tan pronto como asoma el buen tiempo las calles se llenan de terrazas. ©F.J.Gil
El paseo por sus calles nos permitirá tomar contacto ccon un estilo arquitectónico típicamente gallego: casas con soportales y galerías, de forja o madera y cristal que permiten aprovechar mejor un espacio que, de otro modo, llegados los fríos invernales resultaría completamente inútil.
De Maceda era uno de los personajes más singulares de la Galicia del siglo XX: Fernando Quiroga Palacios, arzobispo de Santiago y Príncipe de la Iglesia, dignidad que alcanzó cuando fue nombrado cardenal. Como cardenal participó en la elección de dos papas: Juan XXIII, del que era amigo personal, y Pablo VI. Como arzobispo de Santiago, además de muchas acciones que contribuyeron a darle lustre a la archidiócesis y a Compostela como centro de peregrinación, cuentan que Quiroga Palacios fue el precursor de que Lavacolla alcanzase la condición de aeropuerto internacional, ante un Franco reticente que había negado las inversiones a todas las comisiones de fuerzas vivas compostelanas que habían ido a visitarle. ¿Cómo lo consiguió? Hizo circular el rumor de que existía la posibilidad de que el Papa, entonces Pablo VI, programase una visita a Santiago con ocasión del año santo de 1965, con lo que la reivindicación de la ampliación y mejora del aeropuerto se hacía más necesaria. Franco mandó llamar a Quiroga para que le contase qué había de cierto en el asunto por si debería o no hacerse la ampliación. Quiroga apoyó la iniciativa, pensando que resultaría imprescindible si realmente el Papa se decidía a venir a Santiago, a lo que Franco le contestó:
–¿Y si no viene?
–¿Y si viene? –respondió Quiroga.
–Ya, pero… ¿si no viene?–insistió Franco.
–Sí, sí –le contestaba Quiroga– pero ¿y si viene?
Al final Franco accedió a hacer las obras, pero Pablo VI no vino.

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