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Castillo de Maceda, ahora convertido en hotel-centro cultural. ©F.J.Gil. |
El término municipal de Maceda
se encuentra en la Alta Limia y su nombre original era Manzaneda de Limia. Su
perfil encuentra las líneas más altas en los montes de San Mamede y limita con
sus vecinos municipios de Baños de Molgas y Vilar de Barrio.
El emblema, el signo de
identidad de Maceda, es su castillo. Se trata de una fortaleza que nació como
un baluarte defensivo y a la vez ofensivo en una época de gran agitación.
Siempre había luchas pendientes: si no eran con los moros, era con los
portugueses o unos nobles contra otros o los Irmandiños contra los señores.
Desde sus orígenes, allá por el siglo XI, hasta bien entrada la Edad Moderna
fue sufriendo reformas, unas para dotarlo de mejores condiciones cuando
llegaron las armas de fuego, otras para acomodar mejor a sus ocupantes, dejando
de lado su carácter militar para convertirse en un castillo residencial.
Entre sus moradores se cuenta
que Alfonso X el Sabio aprendió gallego mientras vivió en él. De sus muros
salió uno de los más famosos navegantes portugueses, que en realidad era
gallego de nación: Joao da Nova, Xoán
Novoa, descubridor de las islas de Santa Helena –a la que mandarían en
destierro a Napoleón– de Ceilán, hoy conocida como Sri Lanka.
El castillo de Maceda es de
aspecto austero, nada recargado, con una planta sólida, bien fortificada, que
cuenta con dos torreones, patio de armas, un pozo-aljibe y una edificación de
sobrias líneas que en la actualidad es utilizado como equipamiento cultural y
hotel. Este estado actual es el fruto de la restauración realizada tras
convertirse en un edificio público, pues los condes de Maceda, que fueron sus
propietarios durante varios siglos, dejaron que se fuese arruinando poco a
poco. En 1949 fue declarado monumento nacional.
Si pensáis en hacer una escapada
con noche en el hotel, siento frustraros, ya que en la actualidad no da
servicio de habitaciones.
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Sarcófago de la casa de los condes de Maceda en el interior de la iglesia de San Pedro. ©F.J.Gil |
Desde sus torres y lo alto de
sus murallas se tiene una espléndida vista del entorno y, en primer plano, casi
a sus pies, de la iglesia de San Pedro, con rasgos platerescos y barrocos y un
cementerio anexo en el que se encuentran algunos de los que fueran ilustres
habitantes de la fortaleza. Tanto la iglesia como el cementerio merecen una
visita, sobre todo ahora, en pleno puente de Difuntos.
El paisaje de esta tierra está
marcada por un altiplano, en el pasado conocido como la Alta Limia. Su
conformación orográfica viene determinada por los montes de San Mamede, que
destacan en el extremo oriental, en la frontera con los municipios vecinos de
Vilar de Barrio y Baños de Molgas.
Para los amantes de la
naturaleza y los caminos, el río Sor, que aquí llaman Maceda, va a proporcionar
una ruta de gran belleza. El pequeño río, afluente del Arnoia cuenta con paseos
en ambas orillas a lo largo de casi cinco kilómetros. La pesca de la trucha
continúa siendo uno de sus atractivos, pero también las cascadas –siempre me
gustará más su nombre gallego: fervenzas– explotadas en el pasado por el hombre
para obtener la energía necesaria para mover molinos que todavía podemos contemplar
en este itinerario fluvial.
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Molino en el río Sor o Maceda, al que se llega por un agradable sendero. ©F.J.Gil |
La ruta del río Maceda es
apropiada hacerla a pie, en bicicleta o a caballo, aprovechando un centro
ecuestre está escasa distancia.
Gran parte de los 3.100
habitantes de Maceda residen en el núcleo urbano que es la capital de un
municipio cuya extensión territorial es de 102 kilómetros cuadrados.
Perfectamente comunicado con Ourense por tres carreteras diferentes, Maceda es
una villa con una gran vida. Se puede comprobar si no llueve, en las terrazas
de los cafés y bares que abundan en sus principales calles. Algunos de estos
establecimientos se esfuerzan en proporcionar un entorno atractivo y, al mismo
tiempo, enxebre, mostrando un aspecto
casi etnográfico.
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Tan pronto como asoma el buen tiempo las calles se llenan de terrazas. ©F.J.Gil |
El paseo por sus calles nos
permitirá tomar contacto ccon un estilo arquitectónico típicamente gallego: casas
con soportales y galerías, de forja o madera y cristal que permiten aprovechar
mejor un espacio que, de otro modo, llegados los fríos invernales resultaría
completamente inútil.
De Maceda era uno de los
personajes más singulares de la Galicia del siglo XX: Fernando Quiroga
Palacios, arzobispo de Santiago y Príncipe de la Iglesia, dignidad que alcanzó
cuando fue nombrado cardenal. Como cardenal participó en la elección de dos
papas: Juan XXIII, del que era amigo personal, y Pablo VI. Como arzobispo de
Santiago, además de muchas acciones que contribuyeron a darle lustre a la
archidiócesis y a Compostela como centro de peregrinación, cuentan que Quiroga
Palacios fue el precursor de que Lavacolla alcanzase la condición de aeropuerto
internacional, ante un Franco reticente que había negado las inversiones a
todas las comisiones de fuerzas vivas compostelanas que habían ido a visitarle.
¿Cómo lo consiguió? Hizo circular el rumor de que existía la posibilidad de que
el Papa, entonces Pablo VI, programase una visita a Santiago con ocasión del
año santo de 1965, con lo que la reivindicación de la ampliación y mejora del
aeropuerto se hacía más necesaria. Franco mandó llamar a Quiroga para que le
contase qué había de cierto en el asunto por si debería o no hacerse la
ampliación. Quiroga apoyó la iniciativa, pensando que resultaría imprescindible
si realmente el Papa se decidía a venir a Santiago, a lo que Franco le contestó:
–¿Y si no viene?
–¿Y si viene? –respondió
Quiroga.
–Ya, pero… ¿si no
viene?–insistió Franco.
–Sí, sí –le contestaba Quiroga–
pero ¿y si viene?
Al
final Franco accedió a hacer las obras, pero Pablo VI no vino.